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122 marcharon a Guarero, viéndose unos y otros obligados a ir con agua a la cintura por espacio de una hora, por haber salido de madre el río Ca lancala, quedando únicamente en Riohacha Fr. Cris– pín de Palma, para guardar la casa. Al fin los liberales se apodera– ron de la ciudad ; pero, afortunadamente, los Capuchinos cayéronle en gracia al Jefe de los revoluc_ionarios D. Justo Durán. Apenas este Jefe estableció su cuartel general en Riohacha, Fr . Crispín fué a saludarle y a ofrecerle sus respetos, obsequiándole con dulces y otras cosas. Entonces este revolucionario dijo a Fr. Cris– pín que los misioneros no temiesen, pues ningún daño recibirían de parte de sus tropas. Avisado el P . Eugenio de Carcagente, que se hallaba en Guamachal, de la pacífica entrevista con D. Justo Durán, partió en seguida para Riohacha, visitando, como Superior de la Misión, al Jefe revolucionario, el cual quedó muy complacido de la conducta de los Capuchinos . Para probarles su afecto y benevolencia dispuso que todos los días se les entregase un saco de plátanos y una cantidad de carne, caridad que estuvie– ron recibiendo mientras los l iberales mandaban en Riohacha. Ade– más se dió a los misioneros un salvoconducto para que nadie impidiese su paso, y pudiesen pasar el río Calancala para poder internarse en Venezu ela . Al fin triunfaron los conser vadores·, y cuando se creía medio asegurada la paz, por haber sido derrotados los liberales, éstos, habiéndose rehecho, una mañana, a las tres de la madrugada, asaltaron la ciudad, asesinando, sin miramiento alguno, a cuantos conservadores encontraban. La ciudad, entregada al descanso, se alborotó en gran ma– nera; los conservadores, al verse cogidos por sorpresa, trataron de esconderse ; pero todo fué inútil, porque fueron buscados y cazados como si fuesen fieras; algunos se refugiaron en la Casa– Misión, escondiéndose debajo de los altares, pero allí fueron bus– cados; y aun cuando los religiosos, puestos de rodillas y con los brazos en cruz, suplicaban misericordia para los perseguidos, no les hicieron me ll a estas súplicas, y allí, en el lugar sagrado -y en presencia de los religiosos, fueron asesinados. Los mismos reli– giosos no lo hubieran pasado bien, a no presentarse la señorita Francisca Castaño, llevando cruzada sobre su cuerpo la banda de los liberales, y arengando a los revolucionarios, les dijo: «Libera– les, yo también soy liberal , porque soy hija de liberales, y como a tal, mando que respetéis y no hagáis ningún daño a los Capuchi– nos» . Los revolucionarios , con esto, abandonaron la Casa-Misión.

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