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88 pués de la llegada no transcurrieron muchos días cuando le atacó una fiebre de carácter tan pernicioso, que solamente bastaron vein– ticuatro horas para conducirlo a la elernidad. Créese que murió envenenado ( l l por los indios . El 17 de ·abril fué el día aciago para aquellos misioneros, que quedaban en la orfandad ; día para ellos trágico y desconsolador, en que vieron partir para siempre a su gallardo Jefe, a su noble compañero. Esto fué un golpe para la Misión, pues el M . R. P . José era sumamente versado en las Misio– nes, de gran prudencia y acti vo celo, infatigable en los trabajos de su ministerio ; era frugal y moderado en todo ; benig no y afable con todos, dió pruebas de su entrañable amor a sus ovejas; era leal amigo, y por eso su memoria será de grande edificación para todos aquellos que le conocieron. El desprendimiento le obligó a sacrifi– car su vida por el reposo y l a dicha de los .demás . Así mueren en todas partes los misioneros de la Ig lesia Cató lica, quienes con su desprendimiento, su ejemplo y su palabra hacen brillar la luz de la fe en medio de los pueblos que se encuentran toda vía envueltos en las tinieblas y sombras de la muerte ; mueren sin dejar más rique– zas que los bienes espirituales que han prodigado a sus hermanos; mueren abrazados al Crucifijo, compañero inseparable en todos sus pasos ; ning una clase de tesoros ni subsistencia dejan a sus familias, porque nada interesan por su trabajo. La temprana muerte de este Padre ha sido un percance muy grande para la Misión, pues como Superior, había emprendido varios trabajos, que sólo él podía atender por haberse dedicado a ellos. Tan pronto como llegó a Riohacha la infausta noticia del falle– cimiento, quedó al frente de la Misión, con carácter interino, el R. P. Eugenio de Carcagente, el cual, en seguida, anunció a la Provincia la desgracia, copiando la carta del señor Cura de San Juan, que es como sigue : «Ayer, a las once, dimos sepultura al R. P. José, que a la misma hora del día anterior murió en la Sie– rrita . Yo acababa de llegar de Villanueva, cuando llegó el posta anunciando la muerte, pues no sabíamos que estuviera enfermo. Tanto el P. Araujo como yo y toda la población se sorprendió con tan triste nueva . Yo seguí inmediatamente para la Sierrita. Llegué allí a las nueve de la noche, y lo hice traer aquí con hamaca. Lle– gamos a las tres de la mañana, y por falta de ataúd no fué sepul– tado sino a las once. Entierro muy solemne, y dije yo la Misa, y (1) Después se su po de cierto que murió envenenado.

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