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El ofrecimiento de doña Rosario Pou vino como llovido del cielo: nuestros religiosos podian ejercer libremente su ministerio en aquella ca– pilla en tanto encontrasen un lugar para un asentamiento definitivo. Aquel mismo día 17 de enero el P. Ignacio adquiría en arriendo una casita en la calle Monterregado, n. 0 11, para fijar allí el cuartel de operaciones de la futura comunidad. No obstante, continuaron de huéspedes de don Juan Buj hasta el día 28 de dicho mes. El día 2 de febrero, fecha que conmemorarían con cariño en años su– cesivos, se encargaban oficialmente los capuchinos de la capilla de «Zara– goza Industrial» con una misa celebrada por el padre provincial, Ildefonso de Ciáurriz, y una Hora Santa vespertina en que predicó don, Basilio Lape– na, párroco de Santa Engracia, La fundación estaba en marcha y se imponia enviar refuerzos. Unos dias más tarde llegaban el P. Fernando de Mendoza, que permanecerla unas semanas, y Fr. Estanislao de Burlada, que substituyó a Fr. Severo. Al mes siguiente se incorporaban Fr. Ignacio de Yaben y en abril el P. Cristóbal de Eraul. De esta manera quedaba constituida la primera comunidad por los padres Ignacio y Cristóbal y los hermanos Ignacio y Estanislao, con un inmenso campo que roturar. EL CAMPO DE ACCIÓN El sector de Torrero comprende una amplisima zona de la parte sur de Zaragoza, desde la plaza de Paraiso hasta el cementerio. En sentido restringido, llamamos hoy Torrero al barrio situado a la derecha del Canal Imperial hasta dicho cementerio y compuesto por las barriadas de Venecia, Esperanza, Pignatelli y Monte de Torrero. Hoy día lo vemos cruzado por grandes avenidas y calles espaciosas a que se asoman hermosos y nobles edificios. Pero, cuando vinieron los 1:a– puchinos en J 928, no había ni atisbos de lo que llegarla a ser cuarenta o cincuenta años más tarde. Si exceptuamos el paseo de Mola (hoy paseo de Sagasta), que ya antes tenía aires de zona residencial, y poco más, el resto eran tierras de labor en que se agazapaba una serie de pueblecitos sin ur– banizar, conocidos por el nombre de barrios y separados entre sí por tri– gale ., viñede,s, olivares y huertos. Necesitamos hacer un gran 'esfuerzo para imaginarnos las galeras de trigo, tiradas por reatas de mulas, que atrave– saban el polvoriento paseo de Cuéllar (entonces ostentaba el pomposo nombre de avenida del Siglo XX) y por entre 'campos y acequias se dirigian a la fábrica de harinas de la avenida de San José, que todavía subsiste. Pero no es una estampa tan lejana. 7

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