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un sitio idóneo para eregir un convento de la Orden. El cronista los aloja la primera noche en la Fonda del Pilar, próxima al santo templo de la Virgen. No es éste un simple dato anecdótico, puesto que tal circunstancia favoreció el encuentro de nuestros religiosos con el canónigo zaragozano don Juan Buj quien, desde el día siguiente, los hospedaría gentilmente en la casa donde vivla con el matrimonio ldoipe Ruesca y que sería un gran valedor para gestiones posteriores. Vlctor Azagra Murillo, que desde los primeros tiempos ha mantenido contacto asiduo y cordial con los capuchinos de Zaragoza, quiere ver a nuestros dos emisarios subiendo las escaleras del cercano palacio arzo– bispal e inspeccionando después a lo largo y ancho del arrabal, a la mar– gen izquierda del Eb•o, donde el prelado don Rigoberto Domenech accedía a una fundación. N, vemos incompatibilidad de estos pasos con la idea inicial de establecerse en la parte opuesta de la ciudad, en Torrero, dónde se tenia apalabrada desde diciembre del ai'lo anterior la compraventa de una finca perteneciente a don Juan Machetti Mino: no existía un compro– miso en firme y al P. Ignacio se le hablan concedido facultades para ele– gir el lugar que considerara más apto. Bien fuera que al fundador no le hubiera agradado en principio la zona del Arrabal, bien por razones que desconocemos, el hecho es que el día 17 lo encontramos en el barrio de Venecia, jurisdicción del obispado de Huesca, en casa de doi'la Rosario Pou, viuda de Gómez, propietaria de la fábrica de géneros de punto «Zaragoza Industrial». Faltan palabras para agradecer suficientemente la delicadeza y atenciones de esta ilustre dama. Desde el primer momento proporcionó generosa acogida a nuestros religiosos y puso a su entera disposición la capilla particular de su fábrica que tenía carácter de oratorio público por disposición de fray Mateo Colom y Casals. Esta peregrinación por los barrios extremos de la ciudad no obedecía a caprichos personales ni tan siquiera a la normativa de las Constituciones (como alguien podria creer) que recomendaban a los capuchinos no esta– blecerse ni demasiado cerca ni demasiado lejos de las poblaciones. Dicha razón pudo pesar cuando nuestros antiguos padres se afincaron, siglos atrás, cerca de la Puerta del Carmen y fuera de los muros de la capital, donde hasta ahora ha figurado el acuartelamiento de Hernán Cortés. El motivo hay que buscarlo en la resistencia que los dos prelados que pasto– reaban Zaragoza oponían a la entrada de diversas órdenes religiosas que lo pretendían, por no lesionar inte~eses legítimos de su clero y a la .:on– dición expresa de una fundación previa en los barrios que. en definitiva. eran los más necesitados de asistencia espirhual. · 6

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