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LOS COMIENZOS APOSTÓLICOS Gracias al interés y entusiasmo de cuantos directa o indirectamente intervenían en esta empresa, la nueva capilla se abría al culto y los reli– giosos ocupaban la residencia el día 13 de junio de 1929, según queda dicho más arriba. Esta fecha, con todas las satisfacciones que trajo consigo, supuso un nuevo acicate y un redoblado afán de superación para aquellos esforzado~ capuchinos. Una hoja volante (precursora del futuro Mensajero) anun– ciaba un apretado programa de misas y otros cultos en la nueva capilla de San Antonio para meses sucesivos. Ello e:<igia también el aumento del número de operarios, por lo que los superiores destinaron inmediatamente a esta pequeila comunidad al P. Serafín de Tolosa y Fr. Ambrosio de Elcano. Meses más tarde llegarían el P. Víctor de Legarda y Fr. Lorenzo de Hijar. Aunque no adscritos jurídicamente a esta fundación zaragozana, debe– mos nombrar al P. Germán de Pamplona, que desde el curso anterior es– tudiaba Historia en la Universidad, y a los padres Berardo de Lorca y Félix de Arbizu, que se preparaban para marchar a la misión de Kansu (China). Éstos y otros que les seguirían aportaron también su juve'ltud y su colaboración a la tarea común en cuanto se lo permitían sus obliga– ciones particulares. Comenzaron, pues, a sucederse las solemnes novenas de San Francisco de Asís, de Ánimas, de la Inmaculada, de San Antonio y de la Vigen del Carmen, patrona del barrio de Venecia, los Siete Domingos de San José, Septenario de Dolores, los Trece Martes de San Antonio, el ejercicio de las Flores, sabatinas, misiones para hombr~s y para mujeres... Se estable– cieron los Jueves Eucarísticos con sus Horas Santas, la Tercera Orden Franciscana, La Pía Unión de San Antonio. En numerosas ocasiones la capilla resultaba a todas luces insuficiente para acoger a cuantos pretendían entrar, ricos y pobres, obreros y patro– nos, moradores del barrio y del centro de la ciudad. Muchos y diversos fueron los factores que influyeron en la aceptación alborozada y masiva de la nueva fundación. Enumeremos algunos: el prestigio y la entrega total de los religiosos a la hora de predicar, confesar, asistir a enfermos, etc.; la devoción a san Antonio de Padua, profunda– mente arraigada en los zaragozanos desde tiempos lejanos y que veían en aquella capillita el santuario de su Patrono; el esplendor de los cultos en que colaboraron desde un principio los colegios de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, de Villahermosa, y el de la Milagrosa, el coro de se- 10

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