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también a la verde pradera esmaltada de flores si ha pasado por allí. Le responden que el Amado pasó apresurada– mente por aquellos sotos y los dejó vestidos de her– mosura con sola su mirada, con los destellos de su faz. Porque las criaturas son como huellas del paso de Dios. Por ellas se rastrea la grandeza, el poder, la sabiduría y otros virtudes divinas. Y, aunque éstas son sus obras menores, no com– parables a la Encarnación y demás misterios de nuestra fe, con-,-todo, en ellas estribaban los santos para remontar el vuelo de su espíritu. Jesucristo mismo, el buen Pastor, nos mueve a la contemplación sobrenatural de las criaturas, cuando en el Evangelio enaltece la sobrehumana hermosura de las flores, y repara en la vida y en los nidos de las aves, en las madrigueras de las vul– pejas, en el susurro del viento, en las lluvias, en la cizaña, en los abrojos, en las mieses maduras, en el granito de mostaza, en los retoños de la higuera, en los pámpanos de la vid. . Quienes nos preciamos de zagales de la Pastora, pasamos la vida en el campo, guardando sus ovejas o buscando a las descarriadas. Mal haríamos, si no descollásemos en la pura mirada de la naturaleza, en la ascensión de las criaturas al buen Pastor y a su Madre, en cuya gracia se hizo todo lo bello. -93-

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