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Al hijo sí le importa; porque las ovejas son la hacienda de su Madre. El mercenario codicia su lucro, el esquilmo. An– tepone su interés al bien de las ovejas. Es del talle del mal pastor pintado por el pro~ feta (3): "Voy a suscitar un pastor en la tierra, que no se preocupará por las reses que perecen, ni bus– cará la descarriada, ni curará la perniquebrada, ni se cuidará de mantener la sana. Antes bien, la carne de la cebada comerá y hasta sus pezuñas arrancará". El zagal, hijo de la Pastora, se desvive por sus ovejas. Como el buen Pastor, su hermano. Como su Madre. Hasta dar la vida por ellas. Y, como hijo, lleva el corazón lleno de santa in– trepidez para ejercer el oficio de pastor, pues a ello le fuerza la ausencia aparente del Mayoral y de su Madre. Con la intrepidez de aquel Beato Diego José de Cádiz, fino amador de la Pastora, paladín de su devoción y dispensador de su gracia en el palacio de los reyes y en la choza de los gañanes. En tiempo de calma el mercenario casi se ase– meja al hijo en la guarda del rebaño. La repentina aparición del lobo descubrirá los sentimientos de uno y otro. -89-

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