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El Beato Maestro Juan de Avila nos infunde aliento. Enseña, siguiendo a San Buenaventura, que se le concedió a la limpísima Virgen María tal gra– cia, que no sólo no movía a codicia su presencia, sino que su vista refrenaba los apetitos y pegaba castidad a los corazones. Como azucena entre espinas. Las demás hermosuras de las hijas de los hom– bres punzan y lastiman a quienes las miran. Nuestra Pastora, como azucena, a todos recrea, a nadie hiere. La fragancia de su pureza virginal disipa las tentaciones. Es como el resplandor del Salmo (1). Recatán– dose en las tinieblas nocturnas, vagan las fieras hambrientas. Sale el sol y todas se retiran y se en– cuevan en sus guaridas. La Pastora ahuyenta al lobo merodeador con su luz de aurora, con su aroma de nardo. Al alma amiga de su compañía y presencia la nimba de claridad celeste, la baña en fragancias de paraíso. 40.-EN SU PRESENCIA Y la dónde ir, si de Ella te separas? Los ojos que vieron la hermosura de su rostro, ¿qué mirarán sin desagrado? -63-

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