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Nosotros podemos proclamarlo usurpando aque– llas expresiones del Salmista. Pero la Pastora y su Hijo, que catan las recon– diteces de nuestro corazón, tal vez descubran algu– na vez falta de sinceridad en nuestro vocerío. Otras son las señales que distinguen siempre a las ovejas de la -Pastora. Las mismas que daba el buen Pastor (1): "Mis ovejas me conocen, oyen mi voz, me siguen.'' 32.-ME CONOCEN Y mis ovejas me conocen (1). Quien no conoce a la Pastora, no es oveja suya. A nuestro lado está siempre con· su gracia. Si no la conocemos, es que nunca hemos abierto los ojos del alma para mirarla. Un niño ciego de nacimiento distingue a su ma– dre por el timbre de su voz, por la ternura de sus besos, por la delicadeza de sus manos, por la sua– vidad de su regazo, por la fragancia de sus vesti– dos. La reconoce por sus obras. Como discernimos los árboles por sus frutos. Aunque tus ojos corporales carezcan de la con– templación del semblante de la Pastora, tu alma no puede sustraerse a la luz y al calor de su gracia. . Dice el buen Pastor que sus ovejas le conocen como su Padre le conoce a El (2). ¿No podrá exigirnos la Pastora que la conozca- -51-

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