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de Cabrera, Luis de la Puente o Tirso de Molina; de Lope de Vega o, en fin, de algunos de los cola– boradores de Estudios Marianos. • • • Deseo que de las sentencias de la Sagrada Escri– tura y de los Santos saquen las almas centellitas de devoción que las iluminen y enardezcan en el co– nocimiento y amor del buen Pastor y de su Madre. Si, con la gracia divina, ese conocimiento y amor comienzan a manifestarse en la primera línea de la lectura, no los ahogue el alma con su apresura– miento. Deténgase y repita la sentencia mientras vaya dando luz y calor. Se lo recomienda San Ignacio en la cuarta adi– ción de sus Ejercicios: "En el punto en el cual ha– llare lo que quiero, ahí me reposaré, sin tener ansia de pasar adelante hasta que me satisfaga." Así lo practicaron muchas veces santos a quienes luego arrebató el Señor a las cumbres de altísima contemplación. Lo practicó ya desde niña Santa Teresa, años an– tes de que el convertido de Loyola difundiera sus experiencias del paso de la gracia por las almas. En el capítulo primero de su Vida nos cuenta la santa de Avila los efectos de sus lecturas en compañía de su hermano Rodrigo: "Espantábanos mucho el de– cir que pena y gloria eran para siempre, en lo que -10-

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