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46 GÉNESIS Después de la prevaricación, dice Dios a la serpiente: «Pondré enemistades entre tí y la mujer, su descendencia y la tuya, y ella quebrantará tu cabeza» (1); he ahí la promesa de un Redentor para toda la descendencia de Adán. Dios eligió un pueblo peculiar, del cual, después de muchas generaciones, nacería el Redentor prometido. Para formar ese pueblo, destinó al Patriarca Abrahám, a quien sacó de U r de los Caldeos, encaminándole a la tierra de Canaán, donde le prometió que sería Padre de innume– rable gente y que en él y en su descendencia serían ben– dita1:, todas las naciones de la tierra, «in te benedicentur universae cognationes terrae » (2). El Señor repitió a Abrahám esta promesa en distintas ocasiones cuando se le aparecieron aquellos tres ángeles que iban a destruir las ciudades nefandas (3), y en el momento en que se disponía a sacrificar a su hijo Isaac. (4). Repite Dios estas promesas a Isaac en diversas oca– siones (5), y luego a Jacob en la visión de la escala; que llegaba hasta el cielo, por la que subían y bajaban los ángeles (6). La misma idea de la universalidad de la Redención ex– presaba proféticamente este santo Patriarca, cuando, pró– ximo a la muerte, vaticina lo que había de suceder a sus descendientes y dice a Judá: «No será quitado el cetro de Juda, ni de su muslo el caudillo, hasta que venga el que ha de ser enviado y El será la expectación de las gentes» (7). (1) Gen. III, 15. (2) Gen. XII, 3. (3) Cum futurus sit in gentem magnam ac robustissirnam et 1:>ene- dicendae sint in illo omncs nationes tcrrac (XVIII, 18). (4) Et benedicentur in sernine tuo orones gentes terrae (XXII, 18). (5) XXVI, 4. (6) XXVIII, 14. (7) XLIX, 10

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