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CRUZADA UNIVERSAL DE MISIONES 457 e:s la Hora de Dios, para la conversión de los infieles; es el momento en que debe ser glorificado en las inmensas latitudes, donde hasta el presente era desconocido; es el tiempo en que la gloriosa enseña de la Cruz se alce vic– toriosa sobre los ídolos y templos paganos y la piedrecita vista por Daniel se extienda por toda la faz de la tierra. 346. Ayudemos, cooperemos al establecimiento de este gran reinado de Jesucristo sobre las almas: en la Parro– quia, en las Diócesis, en la Patria, en el mundo entero. El éxito final de nuestros trabajos sará ver en el día de la siega. las mieses hacinadas en los trojes de la eterniddd, como las vió S. Juan en su Apocalipsis cuando, después de enumerar los predestinados de las doce tribus de Israel, escrihe: «Después de esto ví una gran muchedumbre, que nadie puede enumerar, reunida de todas las naciones. tribus y lenguas, quienes estaban delante del Trono y del Cordero, revestidos de níveas vestiduras y con palmas en las manos» (1). Entre otros felices moradores de la celes– ti:il Sión, brillaremos también nosotros por eternidad de eternidades, si cooperamos durante nuestra peregrinación a ld salvación de las almas, según la consoladora sentencia de la Verdad infa:ible, que nos dice por el Apóstol Santiago: Qui converti fecerit peccatorem ab errare viae suae, sal– vabit animam suam a marte, et operiet multitudinem pec– catorum (2). (1) Apoc. VII, 9. (2) Jac. V, 20.

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