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452 ORGANIZACIONES MISIONALES acc1on posible ,se deben esforzar por prestar sus serv1c10s i~ las Misiones. Es un deber estrechísimo para todo cris– tiano que no se puede · eludir impunemente. Si todos están obligados a socorrer a su prójimo en caso de necesi– dad temporal ¿cuánto mayor debe ser esta obligación cuando se trata de la necesidad espiritual y eterna de tantos millones de almas que están fuera del camino de salvación? Es de advertir que esta obligación no recae sólo sobre los Pastores, sino sobre toda la Iglesia, dentro de la cual, todos sus miembros, aunque en diverso grado, participan de esta responsabilidad. Dirigir el apostolado pertenece al Sumo Pontífice y a sus Delegados; predicar y evangelizar a los Obispos y misioneros; pero prestar auxilios espirituales, culturales y materiales... pesa de ma– nera muy especial sobre los simples fieles. En el capítulo IV de los Hechos de los Apóstoles se lee que los primitivos cristianos vendían sus haciendas, cuyo precio ponían a los pies de los Apóstoles; y S. Pablo exhorta a los fieles que hagan colectas para las iglesias nacientes y pobres (1). Orí– genes escribe de los cristianos de su tiempo que «ponen cuidado en difundir, cuanto pueden, la fe en todas las regiones del universo. Algunos se han tomado el trabajo de recorrer no sólo las ciudades, sino también aldeas y ca– seríos, a fin de ganar fieles a Dios. Ni se diga que llevan fines de lt 1 cro, ya que a menudo carecen hasta del ali– mento. Y si en nuestros días dado el gran número de los que se convierten a la fe, hay algunos ricos pudientes y no– bles y piadosas mujeres que acogen hospitalariamente a los mensajeros de la fe, etc.» (2). Si esto se hacían los pnm1t1vos cristianos, no meno, deben obrar los actuales, en especial los de mayor edad (1) V. P. E. DE VERA, S. J. La Epístola de S. Pablo a los Fili– penses y la cooperación al Apostolado, págs. 110. Burgos. (2) Contra Celso, III, 9.

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