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DE LA SANTA INFANCIA 435 del Consejo Central de España y en el de París. S. M. la Reina se dignó aceptar las medallas de oro que, en nombre de la Obra, le ofreció su Eminencia para ella, para la Real Familia y Comité de la Princesita. Con estos regios auspicios empezó a vivir entre nosotros la Santa Infancia. que luego se propagó por toda España y Ultramar. El 28 de febrero de 1888, por expreso deseo de la Reina Regente María Cristina, recibieron también solemnemente la me– dalla S. M. el Rey, la Princesa de Asturias, María Teresa. Con estos regios ejemplos y el celo de los Prelados se ha ido intensificando cada vez más y ha logrado un puesto de honor entre las demás naciones. Pero es necesario alistar soldados infantiles a ese glorioso ejército de más de ocho millones de niños católicos, que ruegan por sus hermanos los infieles, les socorren con su óbolo y les abren las puertas del cielo con su caridad (1). 325. (xhorfoción.-No nos cansemos de exhortar a todos los padres cristianos a que inscriban a sus hijos en esta santa Obra, escuela de caridad, de fe, de sacrificio, de apostolado y de educación. Los niños, desde sus más tiernos años, apreciarán el don inestimable de la fe, empezarán a ser apóstoles, pequeños salvadores, como los llamó Bene– dicto XV, del mundo pagano. La Santidad de Benedicto XV en la Carta Encíclica lvlaximun illud dice: «Recomendamos vivamente la Obra de la Santa Infancia que se prop,:me administrar el santo bautismo a los niños moribundos de lo:; infieles. Obra tanto más recomendable cuanto que también puede tomar parte en ella nuestros niños, los cuales, vienen así a conocer cuán estimable sea el don de la fe, y aprender a dar su óbolo por la conversión del mundo. Hacemos vo– tos para verla siempre floreciente en pro de tantos míseros desgraciados... (2). (1) Cfr. Revista Expos. Mis. de Barcelona, n. III, p. 134. (2) Act. Ap. S., l. c.

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