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330 NECESIDAD DE LA FORMACION ESPIRITUAL los pórticos de las academias, ni las delicias de Atenas, por seguir un sublime impulso que le moviera a civilizar al salvaje, instruir el ignorante, curar los enfermos, vestir a los pobres, llevar la concordia y la paz a las naciones enemigas; cosas que por otra parte las hacen nuestros misioneros y las hacen a diario... » Pero la primera base para conseguir todos esos bellos ídeales es la virtud y la formación espiritual. Sin la fe, la esperanza, la caridad, el celo, la humildad, la piedad, el sacrificio, la oración, el vencimiento, el buen ejemplo, en una palabra, la santidad de la vida religiosa o sacerdotal. nunca podrá llegar a ser buen misionero, lucerna ardens et lucens, que luzca y al mismo tiempo abrase por su cien– cia y por su virtud. Por esto debe el aspirante a misionero desprenderse de lo terreno, tener alteza y elevación de miras, ternura y compasión caritativa, pureza y dignidad de sentimien– tos, carácter peculiar de apóstol. Es necesario que sea amante del estudio, de la oración y del cumplimiento de sus obligaciones. Monseñor Raford describía así las cualidades de que debía gozar un misionero católico: «El misionero debe tener una fidelidad y una firmeza inflexibles, una profunda humildad, una paciencia incansable, un perfecto despego de las cosas del mundo, un perfecto renuncia– miento de sí mismo y de su propia voluntad, una resignación completa a los deseos de Dios, un amor insaciable al padecer, una profunda aversión a los placeres ilícitos, de la carne y del mundo, una sim– plicidad infantil, un celo siempre nuevo, una dulzura evangélica aún en las circunstancias más críticas de la vida, una fe inconmovible, una paz y equilibrio perfectos de espíritu que descansen en la con– vicción que producen las verdades, una esperanza libre de desalientos, aun cuando todo parezca humanamente perdido, una caridad sin lími– tes y con todos un corazón inflamado de tal celo, que irradie su calor hasta el último confin de la tierra, levantando al cielo todo 10 que toque». No se puede hacer una descripción más perfecta de las cualidades espirituales que debe poseer el misionero. No se requiere que cuando sienta los impulsos de vocación las posea, sino que tra– baje por conseguirlas o que tienda de veras a la perfección sacerdo– tal religiosa y apostólica, propia de su estado particular.

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