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144 MISIONES EN EL IMPERIO ROMANO su carrera triunfal con la muerte de los Apóstoles, sino que se extendió rápidamente por el mundo conocido en– tonces, gracias, sobre todo, al celo de los discípulos inme– diatos de los Apóstoles, como S. Marcos, discípulo de S. Pedro y autor del segundo Evangelio; S. Lucas. dis– cípulo y compañero de S. Pablo, a cuyos ruegos, sin duda. escribió el tercer Evangelio; Tito. Timoteo, S. Policarpo, S. Ignacio, y con ellos, legiones enteras de misioneros anónimos, para quienes el primer deber, después de recibir el bautismo, era trabajar por que lo recibieran igualmente todos sus conciudadanos. En la época de las persecuciones. que comienza con Nerón (64-68), época a la que podríamos calificar de herói– ca, son misioneros todos los cristianos, desde el Pontífice y los Obispos. hasta el último de los soldados, más :nm, hasta el último de los esclavos. En cualquier lugar que se hallaba un cristiano procuraba atraer a la doctrina del Evangelio a todos los que le rodeaban. Pero más que nadie eran m1s10neros los mártires, «Misioneros con su sangre y con su muerte más que con sus palabras)) (1), ya que la sangre de los mártires, al decir de Tertuliaao, era semilla de cristianos. Y fruto de aquella sangre y de aquel intenso proselitismo fué la rápida propagación del cristianismo que ya lo llenaba todo: las ciudades, las aldeas, el ejército, el foro, el senado y las clases todas de la sociedad, según frase del mismo Tertuliano. ,i4 101. Misiones en el Imperio Romano. (sig. I-IV)--El Imperio Romano puede considerarse en los cuatro prime– ros siglos de la Iglesia, como un inmenso campo de misión, pues su gran mayoría permanecía aún infiel. Por eso los Obispos que nombraban los Apóstoles para (1) P. JosE Ac;umnEcECIAGA. La vida Misional en la Era ¡ni– mitfi,a de los Mártires. Conferencia segunda, I, pág. 50.

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