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CATOLICIDAD DE LA IGLESIA 95 va. La primera requiere la presencia de la Iglesia al mismo tiempo en todo el universo, de una manera moral y con– tínua a través de los tiempos. La segunda juzga que, para merecer tal título, sólo bastaría estar difundida en alguna época de la historia. Así escribe Melchor Cano : Satis est Ecclesiam in totum mundum esse fusam, ut etiam nunc catholica dicatur. Nam eadem Ecclesia est camdemque fidem tenet quam Apostoli in totam terram vulgarunt. (1). Y S. Belarmino (2) y Driedo (3) sostienen que seria católica aunque ocupase una sola provincia en el mundo, con tal que fuere pasando sucesivamente de una parte a otra. y se mantuviese siempre idéntica a sí misma. Por la tradición y por la historia podemos afirmar que la Iglesia de Jesucristo, no sólo de derecho, sino también de hecho ha sido moral y simultáneamente universal. Tanto desde los primeros siglos, en su estado naciente, como después, en los períodos de intensa floración, su universali– dad es visible y manifiesta. Supera en número y en exten– sión a todas las demás religiones, separadamente considera- das. S. Pablo escribía de los Apóstoles: In omnem terram exii 1 it sonus eorum et in fines orbis terrae verba eorum ( 4). La herencia prometida a Cristo comprende todo el uni– verso. (5) la piedrecita del Profeta Daniel se ha conver– tido en gran montaña que cubre toda la tierra (6) y el sa– crificio de Malaquías se ha ofrecido en toda nación (7). Apenas encontraremos una región conocida y habit'lda donde, permanente o transitoriamente, no haya penetrado el misionero católico, donde no se haya anunciado la fe (1) De Locis Theolog. L. IV, c. 6, ad 13. (2) De Conciliis et Eccl. L. 4, c. 7. (3) T, I, c. 2, part. 2.ª (·:! Psal. XVIII, 5. (5) Dc,bo tibi gentes hereditatem tuam et possesionem tuam terminos terrae, Ps. II, 8. (6) Dan. II, 35. (7) lvlalaq. I, 10-11.

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