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\ (Hi!N-l~'t aüo siguiente (1634), en El Pnl'do, y fué elegido Ministro Pro– vincial el P. Juan de Ocaña, Pl cual, dos años más tarde, se nPgó a aceptar la reelección (1). Felipll IV, que no toleraba que los predícadores se entrometieran desde el púlpito en juzgar su política, deslcnó en 1637 de la Corte al P. Ocaña (2). Nos parece descubrir en este destierro la clave de las dos tendencias de que antes hablábamos y el secreto de otros acontecimientos a que luego nos referiremos. Las ideas rega– listas del Monarca y sus consejeros son manifiestas. Probable– mente algunos Capuchinos castellanos-entre ellos el P. Ale– jandro de Valencia-algún tanto cortesanos (como hijos de sn tiempo e influenciados por t'l ambiente), veían con bueno.,; ojos y tal vez aplaudían las intromisiones .del Rey en cuestio– nes eclesiásticas y religiosas; ofros, por el contrario, como 1 1 1 Padre Juan de Ocaña, las combatían libiertamente, defendien– do las prerrogativas del Nuncio de Su Santidad. Lo cierto es qm· las relaciones entre Roma y l\fadr·id iban empeorando: El Rey había mandado a la Santa SPde una comisión, presidida poi· el Cal'denal Borj a, para presPntar al Papa una exposición de agravios; los embajadores PSpRñoles fueron mal recibidos en la Ciudad Eterna y el prPsidPnte de la comisión fué herido de una puñalada en el rostro. El enoj 0 crece en Madrid, y Fe– lipP IV, el Rño 1639, manda que se cierre la Nunciatura. 2. Por el mes de junio de 1G40 hizo su entrada en la ca– pitnl el P. Juan de l\foncRlicri, General de la Orden; convocü el capítulo en el convento dP San Antonio; pero habiéndose negildo los capitularPs a aceptar las ennstituciones reciente– mentr' modificadas poi· el CardenRl Antonio Barberini (3), di– solvió In asamblea sin proceder a las elecciones. El P. Lean– drn de l\1urcia, uno de los nuevos Definidores, expuso en un memorial los graves inermvPnientPs qur se seguirían de poner (1) cr. Erario. p. 19 sig. (2) Cf. A. IlALLESTEllOS, Elistoi·ia 1/e España, t. IV,, p. 2a8. Sin emlJargo, el Rey lr nprecialm muclrn y le haliía nombrado prrdicador suyo y cuando sabía que prcdicalm r 1 l, solía decir: "Vamos a oír cnntro verdades dichas con cortesía". Cf. !\lATEO DE A:--GcL\XO, El paraiso en el clesi.erto, p. 59; ci– tado en El .+lensajcro Seráfico, 1909, p. 548, nota. (;J) Dichas constituciones, que fueron las prinwras que la S. Sede aprobó con decreto especial, no fueron del agrado de los religiosos, y en el capítulo general de 164a se aprobó nna nueva redacción conforme a fU!'lllll an!i:run. Cf. y¡,::,;.\:;T!l·s A Ll:'LE-E:-.:-lllfill'f,T. 1!1,//1//i,l'/l/a, JJ. :17.
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