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EN VENEZUELA, PUERTO RICO, CUBA 277 t!rnhargo, llO pn"lllj í'nllos a¡wll'ciclos. f ('l)ll u: llHl'\0 dt·– creto, del 26 de noviembre de 1929, agregaba las casas clr PnPr– to Rico a la Provincia ele Pensilvania y las de Cuba a la Cus-– todia venezolana (3). Tal es el estado en que en Pl día de hoy I;e encuentran nuestros religiosos, bien que so.metidos a lac. normas particulares publicadas por los Superiores Generaks en 1937 para toda·s las Custodias provinciales de la Orden (41. Veamos ahora por separado el apostolado de los inisionP– ros en cada una de las tres repúblicas. 2. El Gobierno venezolano autorizaba el 27 de oetnln·i! de 1890 al Sr. Arzobispo de Caracas para contratar el envío de cincuenta misioneros, que se consagraran a la reducción de los indios, en mala hora interrumpida a principios del siglo, y el Sr. Arzobispo, en su viaje a Espaiia, obtuvo del P. Joaquín dP Llevaneras, Provincial a la sazón de Castina, algunos mi– sioneros, no tantos como deseaba, pero sí los suilcienles para iniciar est':'. capítulo de historia misional. El 22 de noviembre de 1891 levaba el nncla del puerto de Vigo el va.por España., que conducía a bordo la primera :-xpedición, formada por• ocho religiosos, a saber: dos sacerdotes. tres coristas y tres le– gos. El 9 de diciembre entraban soletnuemente en Caracas. El primer Custodio fuó el P. Frrmci:Sco d2 "\rnoreliiPla. Al año si– guienfo se les entregó oficia !mente el rretoraclo dr la iglesia de la Merced, que sería desde entonces el centro propulsor e irradiador de las actividades apostólicas en lns playas ame– ricanas. Aun cuando lu intención de los recién llegados era la de organizur las misiones entre infieles. vieron fracasur lodos sus intentos, y en vista de ello comenzaron a recorrer las regio– nes civilizadas, predicando misiones parroquiales y encargán– dose en Caracas de la instrucciün catequística de los nif10s. En 1893 llegó el refuerzo de dos nüsioneros de Españu. a los qur, se unió al año siguiente el P. Baltasar de Lodo.res en cali– dad de Custodio. el cual fht\ por murllos años unn de las figu– ras señeras de aquel dilatado can1po. (3) Cf. Analecta IJrclinis. 1\}2\J, t. XLVI, p. 101. (!1) cr Analecla Ordinis, :1937, t. LIII, p. 11(' sig.

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