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DE '.'i t.: E~THA SE .\ OIU DE L OL" IWE::i 33 f,i, --~ 1 pando los suyos , y relevándose de cuarto en cuarto 1 1 1de hora, con un fe rvor verdaderamente edificante, varias preciosas nifias de corta edad que , vestidas de blanco, con cinturón azul, corona de flores, velo de gasa y zapatitos blancos, hicieron, du– rante los nueve días, la guardia de honor á la Reina de los á ngeles . Aquella tarde ocupó el púlpito el Reverendo P. Luis de Valencia. Palabra de fuego reveladora , de un alma amante de Dios, dicción clara y fa– cilidad de expresión, unción sagrada que fl uye á to rr e nte s ele su elocuencia propia de un apóst o l, todo es o reune el P . Luis, que, á la au reola de sus cana s un e el brillo que presta el carifi o con – quistado sobre las muchedumbres por la virtud y e l constante ejercicio d e las prácticas propias del apostolado. Al oirle en aquel sermón po nderar el amor de Cristo á su criatura, al escucharle narrar 1 con acento empa pado en lágr imas de ternura la su– blime escena de la noche del Jueves Santo y lamentar que no fu e ra po r todas Jas criaturas ra– cionales correspondido, cuai se merece, amor tan fino y tan constante, parecía nos ver personifi- 1cada la idea que teníamos de aquel venerable 1 Capuchin o , apóstol de A ndalucía , beatificado recient emen te · por la Santidad de León X llf, y las bóvedas del templ o parecían repetir aquel gri.to que, exhalad o del corazón de l Serafin de 1 Asís, repiten aún las espeluncas del Monte ~ -- j

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