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!--L'. Al'T[\"JDAD EX EL :-rcxno desnudos ?... El pobre necesita como vosotros , ( hombr es <le las ci udades), el atractivo de la palabra, tiene entrañas para conmover– se, lugares del corazón donde duerme la verdad, y donde debe sor– prenderla la elocuencia y desp ertarle en sobr esalto. Dejadle oír a D emóstenes, y el Demóstenes del pueblo es el CAPUCHINO. De mayor talla y elocuencia fué si n duda el P. José de l\forlaix, pero ha caído su excelsa figura en el oh·ido, y para nada se acuer– dan sus ciudadanos de este homb re eminente en ciencia y en Yirtucl. y que se ría una de las may ores glorias del pueblo francés. En . \l emania. el mejor panegírico que podemos hacer ele nue-.– tros rel igi o,:;os, es el cita r la,; palabras del ob ispo de l\1aguncia, quien entre las cau:-as que indica por las cual es la lglesia de .Ale– mania se salvó del em in en te peligro tenid o en el sigl o X\"ll, se11ala el apostolado fecundo de lus Capuchinos. \' en Bohemia, y en l-h111- gría y en P olonia se inmortalizaron por su s trabajos apo:-:túlico ,, un San Lorenzo de Brindis, un Beato Benedicto ele "Urhi no, el s a– bio teólogo \'eriano el e l\filán , cuya s huellas seguían muy de cerca en el Palatinado, Han one y Franconia. los PP. Procopio ele Tern– plín. Martín ele Cochen y l\farcos de Av iano, grande,; batalladores e in cansables po lemistas, y celosos p r ed icadores cont ra la herejí a protestante. Cuando la guerra ele treinta años clesvastaba las re– giones ele BaYiera y del Tiro!, allí corrieron los cap uchinos con ar– d iente celo, y sin igu a l entusiasmo, de le\·antar las ruina s materia– les y nwrales de aquellos pueblos abandonados. En Italia corregían los Yicios con el ardor de los profe tas el P . Jerónimo ele .Narn i, Jacinto de Casale, F rancisco l\Iaría de .Arezo, él Bto. Angel de ,\ cri, etc., etc .. cuya labor apo;;:túlica nos recuerd ct los trabaj os que en E spaíia realizaba el Vhle. P. Carabantes, reco– rriendu los p ueb los de ~\nc!a lucí a y Galicia, desterrando Yici os y saneando las cost umbr es. No oh· iclemos en esta lista el nomb re del P . Miguel ele Santander, y tributemos un elog·io al gran o rador del siglo XVIII, a nue,-;tro glorioso Bto. Diego José de Cácliz•, de quien dice Menéndez Pelayo, que pa ra juzgar a los po rt entosos frutos ele aq uella eloc uencia . que fu eron tal es como no los YÍlJ nun– ca el ágora ele A t enas . ni el foro de Roma, ni el Parlamento ingl é~_. hasta a cudir a la memuria y a la tradición el e los anc;anos. Debemos gloriarnos, ele que a tra\·és de los siglos, y a pesar de tiempos tan calamitosos por los c1ue ha tenido que atra\·esar la Or-
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