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SU ACTl\"lÍJAL> EX E L :-1t 1 Xbú 23 Los Capuchinos y la Predicación Nos comp lacemos en gran manera al delinear el presente tra– bajo el hace r resalta r cómo nu estros mayo res no pe rdían nunca de v;sta en su método de \·ida las huellas del Serafín de As ís. Donde se esforzaron de u na man era ext raordinaria en seguir la se nda lu– min osa del PoYerello de la U mbría, fué en aquel encendido celo p ur las almas, que impul saba al Heraldo del Gran Rey y le hacía re– correr las calles y plazas, y le impel ía a atravesar los mar es, con el fin ele que todo,; amasen al _\mado y ca nta sen a su Di os y a su Señor. Los pr imeros Capuchinos, copiando muy al v ivo en su ment e y en su esp íritu las enseñanzas, que sobre la predicación dejó es– crita s San Francisco en su Regla, en un a época en que la palabra divina era ve rgonzosament e prostituída desde los púlpitos, donde no se oían ot ras cit as que autor es tan profanos como Esopo y en donde todos los o rad ore s concluí a n sus discursos o se rmones, can– tando algunas estro fa s del Petrarca y ele A ri os to: en esta época cl•e profanación de la Cátedra Sagrada, los Capuchin os fueron los pri – meros en señala r los nu enJs derroteros del p úlpito, p redicando con sencill ez la doctrina y Ye rclacl del Santo Evangelio, como lo ense– ñaba la Regla y lo determinaron los p rimeros es tatut os ele la O rde n en lj29. l\fuy en breve los ,:;e nc ill os predi cado r es se gana ro n las sim[Ja– tías del puelJlo, qu e llegó a aborr ece r a los pred icado res ampulosos y profanos; y a tal ext remo llegaron los deseos que sentían, ele e,;cuchar la doct rin a eYa ngéj¡ca, qu e todos los p ueblos y ciuclades de Italia se disputa ban por tener pred icador Capuchin o ; descollan – do en es ta preferencia el celebérr imo P. Bcrnardino ele ( )chino. el gran co loso de la Uratoria Sagrada, el predicador ansiado por t odas las ciudad es, y a tal extr emo ll egó la rivali dad el e las c;udacl es por oirl e predicar, que tm·o que int erv enir el Papa señ2lancl o el lugar donde hab ía de predicar su s cuar esmas. Mas estos días de ta nta gl oria para la O rden se eclipsan un tanto con la ruid osa caída ele Och ino, cuya infamia publicada a !os cuatro v ientos ele Italia, ll evó consigo a todos su s herman os en re– ligión la pena y castigo de su pecado, pues se les prohibió predicar.

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