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SU ACTI\"JD ,\D EX .EL oillXDO Los Capuchinos y la Ciencia No es en el frago r ele la lucha, ni en el ruido del combate, ni en los azares ele la batalla, ni en la vida agitada de los hospitales, donde el Capuchino ha logrado escribi r páginas brillantes e inmortales ele su celo y de su actividad inagotable ; lejos del ruido ele los cam– pos de batalla . y libre ele las tareas ele los apestados, el capuchino ha encontrado en tocias las edades, tiempo, para reconcentrarse en ~í mismo, y en esa vicia callacla, silenciosa, ha sabido cultiYar con afán el trabajo del est udio, puclieml'o contar hoy con hombres emi – i1entes en cuantas ciencias religiosas y profanas ha cultivado, y ex– plorado el ingenio humano. La TEOLOGIA contará en esta interminable lista de genios, que la han defendido contra todos los l!rrores, ·que han nacido en todos los ,;iglos de la historia, con hombre,; tan eminentes, corno el P . Bernardino de Asti, y Jerónimo de Pistoya, miembros del Conci – lio de Tren to; con el P . José de Tricasino, Trigoso, Córdoba, Torre– cilla, Corella, Luis de Tarazona ( el Caspense), y entre los más mo– dernos con Gabriel de Varceno y Tomás de Charmes, cuvo manual de teología ha servicio de texto, durante el siglo XVIII, en tocios los colegios y seminarios. La SAGR:'\DA ESCRITUR.-'\ ensancha sus lím it es, y aumen– tan las aficiones por tal es estudios, cuando los Capuchinos fundan rn París (1760) la "Academia Clementina" o "Sodedad de Estudios Orientales" donde trabajaron con cariño y con asombrosa activi– dad. publicando en menos de treinta años más de 30 volúmenes sobre la Sagrada escritura y las lenguas orientales; y cuando sonó la hora fatal ele la revolución, que en nombre de una falsa y de,ni– ¡!rante libertad, cercenó la actiYidacl de los hombres de c1encra y de laboriosidad, estaban ¡weparando la publicación cl'e un gran dic– cionario armeni o, cuyo estudio desapa r eció . Quien considere que en estos estudios;- en los que tantos sabios ha,1 descollado, y tantas lumbreras han brillado con magna y es– plendorosa luz, sobresalen por su esplendor las figuras gigantes de un P. Titelman, de un P. Bernardino Pisquigny, insuperable en sus Comentario;; a las Epístola;; de San Pablo, un P. Hetze– nauer, comprenderá cuál será su v~ler y <l'e qué extraña claridad

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