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SU ACTI\"lDAD El'\ EL 1lCXDO Ji azote se repite en Provenza durante los años 1640 y 16j6 ; cuando la Italia se ve toda ella diezmada por la peste de 1623 a 1631; cu:111- do en las pes tes ele Sevilla ( 589), de Perpiñán (163 1) . ele lV[álag:i (1637)) y ele Andal ucía (16-l-8), apenas se encontraban personas q ue ofrecieran sus servicios a los apestados, allí tenía el pueblo, en todas sus p úbli cas calamidades al Capuchino, que, en aras del deber y del amor al prójimo, sacrificaba heroicamente su Yicla, pues en la peste de Málaga eran 100 los Capuch inos que caían -víctimas del contagio; y ele los 55 e1wiados en socorro ele los apestados de Marsella en 1720, morían 43; y en la peste del Franco Condado (1668) 80 capu chinos eran los que sacrificaban sus Yiclas por amor a sus hermanos apestados; y es sublim e el comportamiento de nuestros religiosos durante la epidemia ele Marsella, qu e después de caer víctimas del terrible azote much os religiosos, al verse el Sr. Obispo de la diócesis apenas sin sacerdotes, pa ra asistir a los apestados, ac udió al co1we nto ele los Capuchinos a la hora ele la comida, y entrando Mgr. de Belsunce en el refectorio, donde esta– ba reunida la Com uni dad, al exponer la triste situación en que se encontraba, pu es la mayoría ele sus sacerdotes habían muerto, y los otros estaban en estado graYe. aquellos capuchinos si n que ter– minara el Sr. Obispo su disc urso, y sin preocuparse de la alimenta– ción, se ponen ele rodillas _, piden la bendición del Obispo, y co rren al sacrificio y a la muerte. El pu eblo ha tenido siempre en t odas sus públicas calamidades muy cerca de sí al Capuchino, que le ha consolado . ha enj ugad o sus lágrimas; porque el Capuchino es. según la hermosa frase ele Gaume, el padre ele los pobres, el Ye rdadero co nso lad or ele los afli– gidos, y paño ele lágrimas del p ueblo; y cuan do sus mismos fami– liares los han abandonado, por temo r al contagio. el Capuchino io'i ha tomado bajo su cui dado y en muchas ocasiones solos y sin ayu– da, se han vis to ob ligados a cargar los cadáveres sob re su s espaldas, y así transpo rtarlos al cementerio, como aconteció en la peste de ChamlJéry en 1866.
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