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LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS aglipayanismo, con infinidad de matrimonios ilegítimos, y muchísimos niños bautizados por los pari-paris de Aglipay, logrando poco a poco reanimar la fe cristiana en aquel po– puloso arrabal largo tiempo abandonado 7 • El Sr. Arzobispo, después de haberlo prometido varias veces, levantó un convento provisional pero muy capaz, a fin de poder vivir allí uno o dos Padres atendiendo debida– mente al servicio espiritual de la extensa población, creando, al mismo tiempo, la parroquia de Singalong, abril 2 de 1906. Con tal objeto fue nombrado párroco el P. Mariano de Olot con el P. Vicente de Pamplona y Fr. Gabriel de Lizarza como coadjutores. Ninguna oposición encontraron en la gente, que desde hacía varios años los conocían, y recibíeron con mucho gusto la fundación de la nueva Parroquia y el establecimiento de los tres religiosos. 7. Dice a este propósito el P. Román de Vera en sus apuntes pág. 10 · "Al día siguiente de nuestra llegada (junio 28 de 1901) fui a Singalong con el P. Alfonso y convino con el amo del barrio de que iríamos a rn capilla lodos los domingos y fiestas de guardar. Es el primer pueblo que servlmos los Capuchinos... Dos años más tarde quisieron molestarnos los aglipayanos. Un domingo asaltaron el convento y la iglesia de Pandacan (arrabal de Manila), apalearon en el altar al párroco P. Dorronsoro, ex– benedictino, el cual tuvo que abandonar la parroquia. "Quisieron, al domingo siguiente, hacer lo propio en Singalong, pero la señora del Comandante de la Constabularia (Guardia Civil) avisó al P. Alfonso, el cual nos llamó a Fr. Crispín y a mí, pero decidimos ir a Singalong, diciendo el Hermano ¡:;nciano ya de 70 años : "Padre yo le prometo que con la ayuda de la Virgen no pasará nada; pero si inten– taran atropellar al Padre, tendrán que pasar por encima de mi cadá– ver". Agarró luego una buena estaca y salimos para nuestro destino. Al llegar nos encontramos al Sr. Cajílli... aguardando a los aglipayanos para entregarles su capilla, pues se consideraba dueño del barrio. Yo me senté al confesonario y el Hermano, con su flamante garrote en una mano y el rosario en la otra, hizo guardia cerca del Sr. Cajilli, quien ni siquiera entró para oir misa... Pero no vino nadie, y si vinieron, el fracaso fue rotundo. Todo el mundo se enteró del cayado de Fr. Crispín y se hacía lenguas de su valor". 93
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