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CAPITULO VI Ilmo. Mons. Bautista Guidi, Delegado Apostólico. Después de pedir y esperar durante mucho tiempo, fue por fin, nombrado Delegado Apostólico de Filipinas Mons. Bautista Guidi, terciario franciscano que, acompañado de su secretario P. O'Connor, llegó a Manila el I8 de noviembre de Igoz. Su llegada fue todo un acontecimiento, pues la Iglesia de Filipinas, estaba casi sin Obispos, la mayoría de las pa– rroquias estaban abandonadas, y muchos religiosos expá– rrocos aguardaban una buena oportunidad para abandonar Filipinas en busca de países más hospitalarios. Por otra parte seguía adelante el cisma aglipayano y las autoridades civiles se mostraban muy poco propicias a dar una pronta solución a los muchos problemas, que impedían la reorganización eclesiástica en Filipinas. Muchos y muy variados eran los asuntos que tenía que resolver el nuevo Delegado, capaces de poner a prueba el pecho más bravo y decidido. Mons. Guidi, que durante muchos años había tenido re– laciones íntimas con los Capuchinos de Italia, se presentó como amigo y protector en el Convento de Manila, siendo grande el consuelo y alegría de los religiosos. 71
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