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LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS Describir el pánico que se apoderó del público ciudada– no es tarea difícil. Todo el día estuvieron vomitando las puertas de la ciudad millares de personas que, apresura– damente, se dirigían a los arrabales, llevándose consigo lo más importante que poseían, para librarlo de la acción mortífera de las bombas. Puede asegurarse que en Manila no quedaron más que soldados y religiosos. En las puertas de sus casas y en las ventanas colocaron muchos vecinos las imágenes de los Santos pidiendo fervorosamente su amparo y protección. Solemne promesa. En momentos de tan angustiosa espera, cuando el plazo de rendición tocaba ya a su fin, sin que las autoridades españolas dieran muestras de aceptarla, el Superior de los tellarla, y una vez destruída, desembarcar en Manila más libremente. Los españoles de la plaza de Maniia, empezaron inmediatamente a pre– parar la defensa de la ciudad... En esto corrió la noticia (que por des– gracia era cierta) de que el general filipino Emilio Aguinaldo se había levantado también contra España; se le unieron pronto varios jefes mi– litares filipinos, fue aumentando el número de rebeldes y, con la ayuda moral y material de los americanos, se propagó la insurrección por todo el archipiélago. Las fuerzas españolas tenían que combatir contra ame– ricanos y filipinos, pero confiando en los refuerzos de la aguerrida co– lumna del general Monet, que desde Bulacán se dirigía hacia Manila, y en la escuadra de socorro que, para defender a Filipinas, fe estaba organizando en España, la moral de las tropas era excelente, hasta que se supo que el general Monet había sido derrotado y que la escuadra del almirante Cámara ya en alta mar, había recibido órdenes de volver a la península. Las cosas siguieron de mal en peor hasta el 13 de agosto de aquel año de 1898, en que las tropas de avanzada española viéndose atacadas de frente por las fuerzas de tierra americanas, bombardeado su flanco derecho por la escuadra del almirante Dewey surta en la bahía (después de haber destruído la escuadra española) y amenazado por otra parte su flanco izquierdo por las tropas insurrectas de Agui– naldo, el general Arizmendi dio la orden de retirada, y poco después se izó en el fuerte de Santiago la bandera blanca de rendición. 57
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