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LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS ron con su fiel amigo y bienhechor D. Vicente Sáinz, quien les buscó una casa en la calle Muralla n.º 8 (Intramuros) a donde se trasladaron sin pérdida de tiempo. Era muy pequeña, mal ventilada y terriblemente húme– da ; debido probablemente a las malas condiciones higiéni– cas de la casa, cayó enfermo el P. Berardo, sin poder aban– conar la cama durante varios meses. El Dr. Donelán, que le asistía, en vista de la gravedad del enfermo y valiéndose de la amistad que tenía con los PP. Franciscanos, pídió al P. Superior tuviera la caridad de recibir al enfermo en el convento. En efecto, enterado el Superior del estado del enfermo, ordenó inmediatamente saliera el coche del convento para recoger al P. Berardo, trasladándole con todo cuidado y diligencia a la enfermería de la Comunidad "donde, según hace notar la crónica, fue asistido con todo empeño y soli– citud, y hasta que se vio libre del peligro, no le consintió (el Superior) volver a casa". Su enfermedad duró cerca de cua– tro meses. Regreso del Rvdnio. P. Llevaneras. Después de visitar las Misiones de Carolinas, volvió el 7 de julio de 1887 a Manila, acompañado de su secretario el P. Ambrosio de Valencina, que, desde hacía algún tiem– po, estaba delicado de salud. Visitó de nuevo el Rmo. P. Llevaneras a las autorida– des civiles y eclesiásticas y arregló todo lo referente a las misiones de Carolinas y Casa-procura de Manila, embarcan– do para España a bordo del "Isla de Luzón" el 25 de julio del mísmo año. Como se ve, fue muy rápido su viaje de inspección, pero aún así, fue muy útil y provechoso para los misioneros. 35

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