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LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS tante destruído y parte de él quemado. La escuela levantada por el P. Florencia, había desaparecido completamente. Intenté ir a Intramuros, pero no me fue posible, pues un grupo de japoneses seguía resistiendo en el edificio de la Legislatura cerca de las murallas. El día 2, sin saber qué partido tomar, fui al hospital de 18- Universidad de Sto. Tomás con objeto de hablar con el P. Belarmino O. S. A.; de paso trabé conversación con un capellán americano (religioso de la Preciosa Sangre), y, ex– puesta mi situación, prometió hacer lo posible para llevarme en su auto a Intramuros al día siguiente. Volví a Sta Mesa algo esperanzado ; por casualidad vino al convento el Co– ronel James Walsh, católico irlandés, que, al llegar las tro– pas a San Miguel, se había hospedado en mi convento más de una semana. Le hablé de mi situación y también prometió ayudarme, pero sin dar seguridad, pues no sabía si recibiría órdenes de ir a otro sitio. Esperé. Al día siguiente muy de mañana llegó el auto del cape– llán, trayendo el chófer una carta suya; al llegar a la entrada de la ciudad murada, el centinela se opuso resueltamente a que entráramos, pues había algunos japoneses escondidos entre las ruínas. Insistimos y él se mantenía en lo suyo; le enseñé la carta del capellán y le pedí con gran interés nos dejara, aunque fuera sólo por unos minutos. Por fin nos dijo que no estuviéramos más de diez mi– nutos. ¡Qué espectáculo! La fuerte, la histórica ciudad murada era un campo de ruínas. No quedaba en pie más que un edificio, la iglesia de San Agustín y esta iglesia tenía varios boquetes producidos por las bombas. El convento se había también quemado 4 • 4. Cuando en mayo de 1946 llegó en un viaje <ie inspección, e] ge– neral Dwight Eisenhower, quedó tan sorprendido de la horrorosa des- 349
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