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LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS qué querían el dichoso disco y él dijo con mucha fmura, que teniendo los Capuchinos muchos compañeros reiigiosos en Chile y Argentina, etc .. se alegrarían mucho de oir noti– óas nuestras. Siguiendo en el mismo tono, le dije que, si no era más que eso, él podía sacar permiso de las autoridades militares para enviar nosotros a dichos compañeros y amigos un radiogra– ma. Por fin dijo: "Vamos a hablar claro. La radio de Tokio ha pedido a las autoridades militares de Filipinas, un dis– curso en disco por un padre español, y dichas autoridades han endosado la petición a nuestra oficina y el plazo que nos dan termina pronto". Nosotros, le dijimos: "Como religiosos, tenemos voto de obediencia y nuestros Superiores nos prohiben escribir esta clase de discursos. Sin embargo, si Vd. saca permiso del Sr. Arzobispo, veremos si podemos complacerle. Ya que ha sido tan franco, nosotros también queremos decirle, supli– cándole el mayor secreto, que tememos al qué dirán las gen– tes y tememos la venganza de los antijaponeses. Actualmen– te han sido muertos varios espáñoles en distintas partes de Filipinas, por menos razón que ésta. Y si acaso vuelven los americanos, ¿quién nos defen– derá?". Yo les prometo solemnemente, dijo el Sr. Okano, que después de la primera radiación se destruirá ese disco. Nos mantuvimos firmes en la negativa y por fin se levantó algo nervioso y, con alguna excusa un tanto forzada, se despidió yendo con la música a otra parte. Inútil es decir que no se atrevió a ir al Sr. Arzobispo, pues sabía bien cómo pensaba S. Ilma. en esta materia. Probablemente la radio de Tokio quería usar ese disco para contrarrestar la campaña de la radio de San Francisco sobre los abusos de los japoneses en Filipinas. 343
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