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LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS otras cosas que no son al caso reseñar, lo arrastraron por el suelo, lo maltrataron azotándolo en la plaza pública, deján– dolo luego allí colgado para escarmiento de los antijapone– ses; por fin lo embarcaron diciendo que lo llevaban a Ma– nila y ... desapareció. El Sr. Delegado Apostólico pidió oficialmente informa– ción sobre lo ocurrido, y las altas autoridades japonesas de Manila dijeron concisa y estuitamente que al venir a Manila, el Sr. Obispo se había arrojado probablemente al mar. Nadie les creyó. También persiguieron y encarcelaron a varios sacerdotes como el P. Noriega, M. R. P. Rufino Santos, se– cretario del Sr. Arzobispo de Manila, hoy Cardenal, un pa– dre del Verbo Divino, dos sacerdotes de Pangasinán, etc. Maltrataron públicamente a algunos sacerdotes y entre ellos el caso más ruidoso fue lo que hicieron con el Arzobis– po de Cebú, a quien el centinela abofeteó en la calle pública. Se prohibió la enseñanza de la religión en las escuelas del Gobierno; se prohibieron también todos los iibros de religión en las escuelas privadas; se mandó a los párrocos una circular, marcándoles algunos puntos de política, que ellos deberían inculcar en sus sermones, mandando al mis– mo tiempo policías a las iglesias para ver si obedecían los curas. Al P. Blas se le investigó preguntándole por qué no ha– bía predicado según la circular. Al P. Gil, entonces párroco de Santa Mesa, también le pidieron razón, por no haber predicado según lo ordenado. De un libro de texto que se usaba en todas las escuelas de Filipinas, escrito según creo por un protestante, manda– ron que se borrara la frase : Dios creó el mundo ; pues, se– gún ellos, era un insulto al augusto emperador japonés, crea– dor y señor de todo. Un día vino al Convento de San Miguel el jefe de la guarnición japonesa y me preguntó qué enseñaba al pueblo 341
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