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BIENVENIDO DE ARBEIZA litar. Otros que los llevaron a la calle Hernández, que los mataron en el jardín de D. Miguel Pujalte. Otros que los sacaron a media noche y los llevaron por la calle Singalong hasta un pequeño riachuelo donde los degollaron... En los primeros días de marzo, cuando ya tocaba a su fin la batalla de Manila, pude llegar a Singalong. La Iglesia estaba en pie con algunos destrozos y los americanos la ha– bían convertiao en hospital. Me salieron al encuentro el es– cribiente Castañeda y un monaguillo contándome lo que acabo de escribir. Me acompañaron al convento, donde todo estaba revuelto y tirado por el suelo. Casi todos los tabiques, el techo, etc., horadados, mordidos por la metralla 2 • Por otra parte los ladrones habían robado la ropa, las camas, maquinillas y otras muchas cosas. Cerré las puertas lo mejor que pude, dejé encargado de guardar la casa al escribiente, le di algunos pesos y fui a visitar al anciano P. Blas y al P. Rogelio, que vivían en la casa de nuestro buen amigo D. Claudio Luzuriaga, en la avenida Taft. Estaban comiendo acompañados de los miembros de la familia y otros muchos refugiados. Después de la comida nos retiramos los tres a un cuarto a cambiar impresiones, to– das a cual más tristes: la tragedia de Intramuros, la de Singalong, y por fin la de ellos. El P. Blas todavía muy impresionado, le cedió la pala– bra al P. Rogelio. Lo que pasó en la Ermita. A los Padres les sucedió lo que a otros muchos. Habían preparado todo para salír de allí en caso de peligro ; pero se fueron complicando las cosas. 2. Memoria de M. Castañeda, pág. 70 336
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