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LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS Los que no murieron en el acto perdieron el conocimien– to. Los que volvieron en sí, después de varias horas, difícil– mente se daban cuenta de todo lo sucedido y sólo al oír los quejidos, las jaculatorias, los lamentos de los agonizantes. y quizás las carcajadas salvajes y grotescas de sus verdu– gos, pensaron sin duda en lo terrible, lo sangriento, lo trá– gico e irremediable (por no decir desesperante) de su situa– ción. Vivos, sí, pero encerrados en un sepulcro rodeados de muertos. Ya bien pasada la noche el P. Belarmino Celis, agustino, y el español Sr. Rocamora, a pesar de estar gravemente heridos, haciendo un esfuerzo supremo y ayudándose mu– tuamente, se acercaron a la entrada del refugio y escarban– do con sus manos cansadas y vacilantes, intentaron abrir un pequeño agujero, pues se ahogaban, se asfixiaban dentro; al poco rato se acercó precipitadamente el centinela japonés, disparando varios tiros. Los dos se echaron rápidamente al suelo y no fueron heridos; el soldado volvió a cerrar mejor la entrada. Aguardaron varias horas, amaneció. El ambiente dentro del refugio era insoportable. Se acercaron con mucha pre– caución, abrieron de nuevo un agujero, miraron con cuida– do y no vieron al centinela. De vez en cuando, al parar las descargas, se oían débiles gemidos de algunos agonizantes dentro del refugio. La situa– ción era espantosa. Por fin el día 23 por la tarde decidieron salir fucrc1, pre– firiendo ser triturados por las bombas antes que morir en .1quella tétrica mansión. Haciendo grandes esfuerzos, logra– ron agrandar el agujero, sacaron la cabeza, miraron y no se veía ningún japonés. Arrastrándose, sacando fuerzas de su debilidad, muertos de hambre, exhaustos de cansancio, roto el sistema nervioso por el choque de impresiones ultra– terribles y con la pesadilla de la tragedia pintada en sus 333

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