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LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS siempre temiendo alguna sorpresa desagradable. Total, que creyó que el jefe de policía lo sabía todo. Así que dispuesto a lo que viniera, reaccionó rápidamente y contestó : "Sí, co– nozco muy bien a Mr. Putnan". Continó el japonés: "Y suele venir a su casa, come en su casa; le da Vd. dinero, medicinas. etc.". Y con la frui– ción del gato que juega con el ratón atrapado entre sus ga– rras, aguardó sonriendo a que el Padre le contestara. Contó el Padre Alberto bastantes cosas de Mr. Putnan y satisfizo a todas las preguntas del japonés, menos una: no le dijo el lugar donde se ocultaba Mr. Putnan. En esto lle– garon a Lingayén y, antes de despedirse, le dijo el Capitán Wachi: "Padre, Vd. debía estar muerto y sepultado hace mucho tiempo. Le hemos dejado libre, porque sabemos que le aprecia mucho el pueblo y no queremos disgustarlo; ade– más los japoneses civiles que explotan las minas de Aguilar han intercedido por Vd. 2 y nosotros nos hemos detenido; pero si hay u,na nueva acusación ..." y la frase quedó flo– tando en los aires como la espada de Damocles. Paró el auto; bajó el Padre Alberto y, al echar a andar hacia ei convento de los Padres irlandeses, creyó que había resuci– tado de entre los muertos 3 • Otra vez las guerrillas y la policía militar. Aquí no entra el P. Alberto. Vamos a contar lo sucedido al P. Jacinto de Erasun, párroco de Salasa y al P. Hipólito, 2. Había entre ellos un ingeniero que, después de varios meses de instrucción religiosa, se hizo cristiano, siendo por fin bautizado por el P. Alberto. Se llamaba Mr. Tito Miyosi. Parece que ese y sus amigos intercedieron por el P. Alberto. 3. Mr. Putnan fue por fin cogido por los japoneses en marzo de 1944 y, después de un juicio sumario, fue ejecutado. 325

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