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BIENVENIDO DE ARBEIZA El P. Alberto intentó disuadirles, explicándoies lo que manda la ley de la Iglesia sobre esta materia. Pero ellos in– sistieron diciendo que dicho jefe ya estaba avisado y que era difícil volver atrás. El Padre les dijo que volvieran al día siguiente y les daría la respuesta definitiva. Fuese inmedia– tamente al Sr. Obispo y le expuso su situación. Como en– tonces los japoneses se metían en todo y querían ser obe– decidos en todo, el Sr. Obispo deseando arreglar aquello lo mejor posible, le dijo que admitiera a dicho jefe japonés, no como padrino, sino como testigo; otra persona debería tener el niño durante la parte esencial del bautismo. Algo confortado el P. Alberto volvió a su parroquia y comunicó esta decisión a la familia. Llegó el día del bautizo; minutos antes estaba ya en Aguilar el japonés; se celebró el bautizo según las indicaciones del Sr. Obispo, y después de terminar, dando la enhorabuena a todos, se entretuvo el Padre hablando con Mr. Wachi, que dicho, sea de paso, era muy educado, hablaba bien el inglés y usaba finos mo– dales. Antes de despedirse, se aventuró el P. Alberto a pe– dirle un favor. Siendo difíciles las comunicaciones y te– niendo que ir urgentemente a Lingayén, le pidió ir en su auto. Accedió de buen grado el japonés y salieron para Lin– gayén. Durante el camino el japonés le ofreció con toda cortesía un cigarrillo americano (Chesterfield), que aceptó muy contento el Padre; pero mientras saboreaba con toda fruición el delicado tabaco, felicitándose interiormente de lo bien que había salido todo, le preguntó de repente el jefe de policía: "Vd. ¿conoce a Mr. Putnan ?". El Padre Alberto creyó desmayarse de susto. Los japoneses tenían muchos espías filipinos y seguían con sumo cuidado los rastros de las guerrillas. El P. Alberto había recibido algunos avisos y estaba 324

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