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BIENVENIDO DE ARBEIZA ta, estaban condenados a pena de muerte. Antes de separar– se del Sr. Putnan, el P. Alberto y el P. Mac-Devit le dijeron con insistencia que tuviera mucho cuidado en no complicar a los Padres en el asunto de la radio y le indicaron también que enviara a Lingayén un sirviente de confianza y mantu– viera absoluto secreto. Varias sorpresas. Habían pasado dos o tres días. Era de noche. Los Pa– dres Irlandeses estaban ya para acostarse, cuando oyeron el trotar de un caballo y al poco rato una carromata paró delante del convento. Llamaron a la puerta. El centinela japonés estaba no lejos del convento. Mandaron a un sir– viente a abrir la puerta y cuál no sería su sorpresa al volver el sirviente acompañado de Mr. Putnan. El americano (per– seguido con saña por los japoneses) había pasado por de– lante del centinela japonés y venía al convento a recoger la radio prometida. Al regresar tenía que pasar por el mismo sitio. Los Padres se quedaron muy sorprendidos y grande– mente disgustados y así se lo dieron a entender a Mr. Putnan. Después le entregaron de mala gana la radio, le dijeron que ellos no querían verse complicados en el asunto y que él se hacía responsable de lo que pudiera pasar. Mr. Putnan dio algunas excusas, prometió ser más pru– dente, y envolviendo la radio en un saco, bajó del convento, subió a la carromata y salió de prisa de Lingayén (camino de Aguilar). Al pasar delante del centinela, perece que éste sospechó algo y les echó el alto. Mr. Putnan sacó su pistola y, arrimándola al corazón del cochero, le dijo que siguiera adelante, so pena de quedar allí muerto. Obedeció el coche– ro, azuzó al caballo y, temiendo recibir de un momento a otro la descarga del centinela, siguió adelante. 322
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