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LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS nuestras parroquias, y la gente siguió viviendo a la ame– ricana, con bandera, autoridades y moneda del tiempo ame– ncano. Cientos de guerrilleros del General Mac Arthur se con– centraron allí con armas y municiones, paseándose por las calles y plazas sin ningún peligro. El jefe de todos era el americano Mr. Putnan. Dicho señor visitaba con frecuencia al P. Alberto, quien con toda generosidad le daba comida, medicinas y dinero. En el convento entraban también otros jefes secundarios de guerrillas y allí solían tener las juntas oficiales presididas por el Sr. Putnan. Llegaron por fin los japoneses hacia el mes de junio y las guerrillas se dispersaron. l\fr. Putnan se escondió en un barrio situado en lo interior del bosque, de difícil acceso para los japoneses. Algunas noches solía bajar al convento y de vez en cuando celebraba juntas con los otros jefes de guerrillas, siempre por supuesto con muchas precauciones. Una de las noches se convocó a junta magna a los guerrilleros y en dicha junta se tomaron diversos acuer– dos de importancia sobre la recaudación de fondos, espiona– je, etc.; siendo mucho el peligro de ser sorprendidos, se pensó en rendirse algunos grupos a los japoneses, sacar los pasaportes necesarios y una vez en sus casas continuar la guerra oculta de resistencia contra los japoneses con más seguridad, procurando al mismo tiempo cultivar los campos casi abandonados. Al terminarse la junta, el Sr. Putnan pi– dió con toda insistencia se le proporcionara una radio re– ceptora, pues pensaba esconderse en el monte y seguir des– de allí la marcha de la guerra. Estaba allí presente el Padre Mac-Devit, irlandés, coadjutor a la sazón de la catedral de Lingayén y dijo que él podía proporcionarle la radio. Con esto se terminó la junta, dispersándose los guerrilleros a fa– vor de la oscuridad. Los que mantenían alguna radio ocul- 321

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