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LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS pescado, ni carne. Ordinariamente él mismo solía acarrear el agua en una lata desde un riachuelo del monte. Los soldados japoneses iban con frecuencia al convento, haciendo preguntas impertinentes e indicando que no les gustaba que un extranjero viviera en aquel lugar. El pá– rroco se mantuvo firme. Por fin los japoneses mandaron una carta oficial al se– ñor Arzobispo, pidiendo, o mejor, exígiendo que se quitara de allí el extranjero. El Sr. Arzobispo se vio forzado por las circunstancias a proceder. Entonces, por no abandonar la parroquia, se hizo un arreglo entre el M. R. P. Florencio y el Sr. Arzobispo y nombraron párroco a un sacerdote filipino. Tomó posesión de la parroquia. pero pronto se desanimó a causa de la mi– seria, la soledad y las impertinencias de los japoneses. To– tal que durante varios meses estuvo aquello abandonado. Los japoneses habían prometido al Sr. Arzobispo vigilar la casa, para que no entraran los ladrones y al mismo tiem– po dijeron que ellos no entrarían allí (como habían entrado en todas las demás casas). Pero sucedió que al poco tiempo avisaron al P. Florencia unas personas que pasaron por allí, que el convento estaba ocupado por los soldados. Ni corto ni perezoso fue enseguida acompañado del Pa– dre Evangelista y Mr. Okano (oficial japonés católico) a hablar con el Coronel Narusawa, jefe del comité de asuntos religiosos. El Coronel se enfadó y dijo que no podía creer tal cosa; mandó inmediatamente al oficial Okano a inves– tigar y éste volvió confirmando lo que habían dicho los Padres 1 • l. Para poder entrar en el convento habían forzado las puertas a gol– pes de hacha y pinchazos de bayonetas; lo mismo hicieron con todas las puertas de los cuartos, comedor, sala, etc., causando bastantes desper– fectos. 317
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