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BIENVENIDO DE ARBEIZA contentos, nos acostamos sobre la dura caña. Aquel día había sido uno de los más interesantes de mi vida. El capitán Veneno ... viaje a Manila. Se acercaba el día de la Virgen de Lourdes, II de febre– ro, y suponiendo que los Padres estarían ansiosos de saber qué había sucedido en la parroquia y en las parroquias de Pangasinán, hice los preparativos para ir a Manila. Digo preparativos, porque desde la entrada de los Japoneses en Filipinas era sumamente difícíl viajar. Lo primero que ne– cesitaba era un pase de la Policía Militar, donde se especi– ficaba el lugar de residencia y lugar a dónde iba y otros m11;chos detalles. Fui con varios españoles a la oficina de ía policía en Tarlac. Desde el principio nos salió todo mal. Al entrar hicimos una inclinación que el jefe creyó incorrecta o poco profunda y nos mandó repetirla, dándonos luego uua larga y fastidiosa lección sobre cortesía, saludos, etc. El jefe de policía no sabía inglés, pero tenía al lado un intérprete. Dicho jefe se llamaba Mr. Tiochi; y era pequeño de cuerpo, muy moreno, de facciones marcadamente mongó– licas y de mal genio. Estaba sentado sobre una de sus pier– nas y, mientras hablaba, balanceaba ad libitum la otra pier– na. No tenía camisa sino una pequeña chaqueta de color caki, y al poco rato de comenzar a hablar se la quitó, quizá para declamar con más libertad. La emprendió conmigo, preguntando por qué había sali– do de casa al llegar los japoneses y por qué seguía aún mi compañero en el monte. Fui a dar una explicación, pero se irguió súbitamente como una culebra y lanzó una especie de silbido que me cortó la palabra. Entonces me dijo el intérprete que "mientras habla el jefe, es costumbre japonesa 312
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