BCCCAP000000000000000000000186
LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS desnudarnos. El Sr. Castellví comenzó enseguida a quitarse la ropa. Yo me resistí; algo azorado solté las tres frases japonesas, pero con tal mala suerte que no entendían nada. Ellos, por su parte, repetían algunas palabras sueltas entre sí, comentaban. Por fin nos dijeron que no nos quitáramos la ropa. Respiré con satisfacción. Entonces pedí permiso para coger un libro que nos habían quitado, donde aparecía la fotografía de Franco y del Emperador Hirohito. Les enseñé las fotografías; por fortuna había allí un mensaje del Cónsul japonés a la colonia española de Filipi– nas ; todos ellos se arremolinaron leyendo con interés dicho mensaje, y ¡santo remedio! nos dijeron que podíamos se– guir adelante. Nos devolvieron los pañuelos, el dinero, comi– da, bandera, etc. Al poco rato de andar, nos encontramos con un oficial japonés... , buen mozo, guapo, bien vestido y que por fortuna sabía algo de inglés. Le explicamos nuestra situación y nos indicó dónde estaban los cuarteles generales. Seguimos ade– lante. A ambos lados estaban todas las casas ocupadas por soldados y las más elegantes por oficiales con centinela a la puerta. Por todas partes flotaban al viento las banderas del sol naciente. Algunos nos gritaban al pasar, se reían, hacían muecas de sorpresa, pero nadie nos molestó. De vez en cuando gritábamos: Banzai Nippon, Viva el Japón y ce– lebraban nuestro saludo con grandes gritos y algazara. Los cuarteles generales estaban en el Capitolio o Casa del Gobierno Provincial. Estábamos ya cerca. A la puerta estaba un centinela. Era grueso, moreno, con algo de barba, tan rígido que parecía de piedra. Junto a él flotaba una inmensa bandera japonesa, donde antes había estado la bandera americana. Determinamos de común acuerdo no pronunciar más que una palabra: "Spanish" para evitar contratiempos. 309
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz