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BIENVENIDO DE ARBEIZA paramos los documentos, algo de comida y una bandera blanca, saliendo muy de madrugada. Tarlac estaba a unos 20 kilómetros. Antes de llegar a la ciudad, pasamos junto a unas casas y llegaron a nuestros oídos gritos y carcajadas semisalvajes. Eran soldados japoneses que estaban cogiendo gallinas y cerdos abandonados. El Sr. Castellví se apartó precipitadamente y entre la maleza escondió su revólver y cartuchos. Yo permanecí a la espera con la bandera en alto. Seguimos adelante, pues ni nos vieron ni los vimos. Un hombre que venía por allí nos dijo que eran japoneses. Nos hallábamos ya cerca de la ciudad. En vez de tomar el ca– mino principal, seguimos por una senda que bordeaba el cementerio... La bandera blanca, los japoneses y el cemen– terio me traían a la cabeza algunas reflexiones nada agrada– bles. Conforme nos acercábamos, repasaba constantemente tres frases japonesas, que con gran apuro y trabajo había preparado. "Somos españoles. Vamos a San Miguel. Queremos ver al jefe japonés". Doblamos una curva de la caprichosa sen– da y de buenas a primeras vimos en una arboleda varios grupos de soldados. Unos preparaban las ollas del rancho, otros se bañaban en una fuente y otros charlaban en grupos. Levantamos la bandera y seguimos; sin duda, por estar entre árboles no nos vieron. Vamos adelante, dijo D. Juan, mientras no nos echen el alto. Justamente había terminado de hablar, cuando varios soldados nos vieron y comenzaron a gritar lo mismo que en San Miguel. Uno de ellos casi en cueros, que estaba matando un cerdo ... , interrumpió su operación y vociferando, levantan– do el cuchillo en alto y con la mano llena de sangre, se puso en cuatro saltos delante de nosotros. Otra vez los consabidos empellones, cacheo, gritos; nos quitaron las pocas cosas que traíamos, incluso la bandera blanca y nos mandaron 308

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