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BIENVENIDO DE ARBEIZA la artillería americana en un intento fútil de parar el avance de las tropas japonesas. Algún tiempo después tuve oportunidad de hablar con un oficial japonés y le conté al detalle lo que me había su– cedido en San Miguel. Me dijo que indudablemente me ha– bían tomado por espía y que podía estar contento de no haber sido ejecutado en el acto. En efecto, como he podido ver después, cientos de personas fueron sacrificadas en Fi– lipinas sin juicio, ni investigación, por simple sospecha. Otra vez en peligro. Llegué al monte ya de noche y le conté al P. Benjamín lo ocurrido ... , quedamos un momento pensativos sin saber qué determinación tomar. Por fin resolvimos internarnos más en el monte, pues los japoneses podían llegar a aquel sitio en cualquier momento. Mandé aviso a algunos conocidos y amigos refugiados en el interior, para que vinieran a recogernos con un ca– rretón, pues nuestro auto ni tenía gasolina ni podía ir por aquellos caminos. A los dos días se presentaron en nuestra casa seis hombres con un carretón tirado por dos magníficos carabaos. No conocía a ninguno de los seis hombres. Ha– blamos del viaje, del pago, de la distancia. Mientras arre– glábamos todo esto, noté con gran extrañeza que cuatro de ellos se pusieron a un lado y mientras afilaban y limpiaban con agua y tierra su puñal, hablaban muy quedo con mucho misterio. Entré en sospechas y sacando una excusa les dije que de un momento a otro llegarían unos amigos a quienes yo había avisado y me arreglaría con ellos. Insistieron en llevarnos y yo me mantuve firme. Al fin se marcharon de mala gana. Olvidamos el incidente y poco después pudimos 306
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