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LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS -¿Es verdad lo que dice? -preguntó sorprendido el Gobernador. -Sí, señor, como lo oye. -El Delegado Apostólico Mons. Guidi, prometió no mandar ningún fraile español a provincias, si el pueblo no lo quería. Aquí nadie les ha pedido a ustedes. Replicó el P. Román que en Estados Unidos y sus po– sesiones toaos somos libres. Además los que no nos quieren son unos 20, todo el pueblo está con nosotros. -Me han dicho que pueden presentar un escrito de 500 firmas contra ustedes, dijo el Gobernador 8 • -Yo, añadió el P. Román, le puedo presentar en segui- da más de r.ooo a favor 9 • - ¿Es verdad ? -Sí señor. Dijo el Gobernador que el pueblo odiaba a los frailes y sus haciendas. -No tenemos haciendas nosotros, dijo el P. Román. -Pero temen que las tengan, añadió el Gobernador. -Lo que temen, replicó el P. Román, es que les quite- mos el prestigio, que nos llevemos al pueblo, etc. Y con esto se dio por terminada la visita. Levantóse el Gobernador ; dio la mano al párroco y le despidió cortés– mente. El P. Román le entregó al salir una carta informe, 8. P. Ansoain, pág. 185. 9. El pliego de firmas es papel mojado en Filipinas, no vale nada, püés rriüchos estampan inmediatamente su firma sin saher por qué ni para qué. El 1 de marzo de 1888 se presentó en Manila un escrito fir– mado por 800 personas, pidiendo a las autoridades la expulsión del Ar– zobispo de Manila y de las Ordenes Religiosas. Instruído proce!'o, de– tnostróse hasta la saciedad, que sólo unos doce sabían a conciencia lo que habían firmado. Cfr. P. Eladio Zamora, Agustino, Las Corpor. Re!. en Filipinas, pág. 4.79. 167
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