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LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS bandera negra. Después les hablé yo de nuestros proyectos, de que teníamos ya once jóvenes estudiando para sacerdo– tes; que yo diría al P. Barlín lo que ellos pedían; que a mi ver, iban a perder mucho con nuestra ausencia. Uno de ellos me dijo que jamas perdonarían a los frailes lo que habían hecho en el pueblo: por iniciativa del último párroco, el P. Juan de Dios ... habían fusilado en aquella misma plaza a su hermano. Otro me dijo que si quitásemos el hábito ... tal vez nos dispensarían... etc ... 2 • El buen trato del P. Román, dice el cronista 3 les sor– prendió y quedaron muy complacidos... y se marcharon casi cambiados. Fue un triunfo del P. Román. Terminada la manifestación se retiraron pacíficamente 4 • Sucedió un período de tranquilidad, y las cosas parecían normalizarse cada vez más. Aumentaron los bautizos, casa– mientos y entierros. Los Padres mantenían muy bien el culto de la iglesia. Con todo, un buen grupo de la población seguía todavía uistanciado del párroco y aquella tranquilidad era más bien aparente, existiendo aún un fuerte mar de fondo. Era, di- 2. P. Juan de Ansoain, Apuntes, cit., pág. 174. 3. Idem, ídem, pág. 174. 4. No hay que perder de vista a un sacerdote filipino que aspiraba a aquella parroquia al llegar los Capuchinos... ; personas bien informadas no dudaban en acusarle de atizar oculta, pero eficientemente, el fuego de la discordia. "El puesto de la parroquia de Sariaya, dice el P. Pedro de Rentería, era muy codiciado por un sacerdote, natural del mismo pueblo, párroco entonces de Rosario. La familia de este sacerdote pesa½a bastante en la población". "Al ver frustradas sus ilusiones por el nombramiento de un P. Ca– puchino, supo... disimular la contrariedad... Mas como no renunciaba a la breva, seguía siempre alerta, y revolviendo Roma con San Pedro, supo interesar en sus pretensiones a los principales políticos cerca del Gobernador General de las Islas". Cfr. apuntes del P. Pedro de Ren– teria, pág. l. 163