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BIENVENIDO DE ARBEIZA Quince días después llegaron los dos coadjutores, PP. Juan Miguel de Leiza y Pedro de Rentería, los cuales sirvie– ron de gran consuelo y ayuda al atribulado párroco. El municipio continuó haciéndoles guerra. En un princi– pio se hacía todo ocultamente, solapadamente; más cuando los líderes de la oposición se vieron respaldados por un grupo numeroso y decidido, emprendieron una serie de ataques frontales y al descubierto. Prohibieron terminantemente que llevaran los cadáveres a la parroquia. La gente, temerosa de incurrir en la ira de los revoltosos, cumplía exactamente lo mandado, llevando directamente los cadáveres (a veces con no poco ruído y música) al cementerio católico, sin pasar por la iglesia. Un día quiso el P. Román oponerse a esto, que se iba convirtiendo en costumbre, y al pasar el cortejo fúnebre cer– ca de la iglesia, les gritó desde la ventana que se detuvieran. Pero ellos no le hicieron caso. Llamó entonces a un "amigo" y le dio la orden de que cerrara el cementerio y no dejara entrar a la gente; pero no le salió bien su intervención, por– que fueron dos policías, se apoderaron de la llave, entró la gente y enterraron el cadáver. Llamó inmediatamente el P. Román a los interesados, les hizo firmar un escrito, en el que se hacía constar que el presidente les había prohibido llevar el cadáver a la iglesia, y remitió dicho documento a Mr. C. Worcester, Secretario del Interior, para que el gobierno zanjara de una vez y para siempre la cuestión. También demandó ante el mismo secretario Sr. C. Wor– cester a los inaisciplinados policías, por haber arrebatado la llave. Al día siguiente hubo otro muerto y el secretario munici– pal preparó él mismo un escrito, en que se autorizaba el en– tierro en el cementerio católico. También fue remitido este 160

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