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LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS El P. Jorge Barlín. Así se llamaba el sacerdote filipino al que con toda ener– gía y decisión apoyaban los Capuchinos como candidato para el Obispado de Nueva-Cáceres; en efecto, dicho sacer– dote era muy recomendable por su talento, su vida sacerdo– tal intachable y sus admirables dotes de gobierno 3 • El Rmo. P. Llevaneras pidió al Superior de Manila am– plia e imparcial información sobre dicho sacerdote, y, basa- tión de los nuevos Obispos, se presentó en Roma y pidió audiencia para hablar con el Cardenal Vives. Este se la concedió pronto y gustoso; durante la conversación el sacerdote ofreció al Cardenal Vives el esti– pendio correspondiente a mil misas; pero el Cardenal rehusó el regalo con cortesía y gratitud, diciendo que él celebraba todas las misas para la Virgen, aconsejándole, de paso, las entregara a algunos sacerdotes po– bres e indigentes. Téngase, pues, en cuenta que el Cardenal Vives era sumamente delicado de conciencia y por nada ni por nadie admitía so– bornos ni juegos de política baja. 3. El P. Barlín había nacido en el pueblo de Bao, provincia de Ca– marines el 23 de abril de 1850. Muy joven aún entró en el seminario diocesano, donde se distinguió por su talento y virtud nada comunes, por lo que el sabio y virtuoso Obispo dominico Mons. Gainza lo llevó a su palacio como familiar suyo. Luego de su ordenación le nombró ca– pellán de solio y mayordomo de la Catedral de Nueva Cáceres. Después fue durante varios años cura,-misionero de Sirona, párroco de Libog y después de Sorsogón, siendo luego nombrado Vicario Foráneo, cuando sólo contaba 37 años. Durante la revolución supo, con exquisita prudencia, mantenerse en paz y amistad con españoles y filipinos, de tal modo, que al salir de Sorsogón el último Gobernador español Sr. Villamil, puso el_ gobierno civil de toda la Provincia en manos del joven sacerdote. En 1903 fue nombrado Administrador Apostólico y más tarde Proto– notario Apostólico por León XIII y Pío X respectivamente. Cuando, por fin, fue elegido Obispo, se distinguió por su ardiente celo en reformar el clero; visitó también con amor de Padre todos los pueblos de su extensa diócesis, predicando en todos ellos. Se distinguió por su rigor y mortificación para consigo mismo y su bondad y amplitud de cri– terio en su trato con el prójimo... extendiéndose cada vez más y más su buena fama y nombre. 153

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