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LOS CAPUCHINOS EN FILIPINAS las peripecias del viaje que bien podría formar un capítulo emocionante y poético de una novela misional í. Nuestra salida. "Era el día 27 de julio, en que celebramos dos fechas memorables: por la mañana, las honras fúnebres del que en vida fue el Ilmo. D. Juan Bautista Guicii, Arzobispo de Staurópolis, Delegado Apostólico de S. S. en las Islas Fili– pinas y por la tarde nuestra despedida de Manila. Serían las dos de la tarde, cuando, al sonar el estridente son de la sirena del vapor "Pleguezuelo", nos vimos poco a poco en medio de las inmensas llanuras del Mar de China. Entre los pasajeros eran de notar la ilustrísima persona de Mons. Thomas Hendrik, Obispo americano de Cebú y el muy ilus– tre Sr. Provisor de la misma Diócesis Mons. Pablo Singson. "La travesía de Manila a Cebú, se asemeja a un campo de labranza, sembrado de islas e islotes que lo hacen suma– mente bello: Mindoro, Romblón, Masbate, Panay, Islas Ca– motes e inifinidad más que, por su frondosidad y pintoresca perspectiva, son el ornato de Filipinas. "A las ocho de la mañana del mismo día echaba anclas el "Pleguezuelo" en el puerto de Cebú. Una vez allí, el Ca– bildo Catedral, dignidades eclesiásticas, civiles y militares saludaron efusivamente al Ilmo. Thomas Hendrik, que, después de una larga estancia en América, volvía a su dió– cesis. "Por lo que a nosotros toca, nos acomodamos en un so- 7. El pequeño manuscrito de donde copiamos estos interesantes da– tos, fue sacado medio quemado de entre las llamas que ei año 1918 des– truyeron el convento de Singalong, donde a la sazón estaba de párroco el P. Blas. 107

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