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CAPÍTULO I Semblanza del Beato Diego José de Cádíz. Es hora de que, al terminar su gl orios a vida pú– blica, nos entremos en la vida intiína del Siervo de Dios, y admiremos los dotes naturales y sobrenatu– rales con que el Altísimo adornó al gran Apóstol, conjunto de rar.;s perfecciones y asombro de cuantos le conocieron y trataron. Una vez méi s tenemos, al trazar su semblanza, que volver la vista en torno de la sociedad contemporánea suya y estudi8rlo a la luz de los sucesos de su tiempo. Todo en el siglo XVIII parece que llevé! el sello de la mediocridad y de la decadencia. Es el atarde– cer de una gran nación, que cree extinguida su mi– sión histórica en el mundo. Su poderío, con ser tan vasto y cobijar bajo su manto imperios y continen– tes, empieza a declinar; su fe, que le daba energías para evangelizar dilatados mundos, se halla amena– zada por la apostasía y reciamente combatida por la impiedad vo lt eriana; su ciencia, contagiada por el filosofismo, no se eleva de un sensismo grosero; su literatura, vuelta la espalda a los siglos de oro, ape · nas puede presentar un genio; su arte, aparentemen– te fastuoso y magnífico, cae en el amaneramiento y la extravagancia; sus políticos son liquidadores de una civilización, y van a la deriva de los aconteci – mientos ; sus ejércitos y escuadras parecen condena-

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