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- (iS-- gentes me conocieran no habría de quedar casa en que no renegasen de este mal fraile, más malo que la Cava. Pues como nuestro Padre Dios sabe cómo son el Sr. Tesorero y el mal Capuchino, que lo ama como a su corazón, nada nos importa el juicio ni la estimación del mundo, tan despreciable como él mis– mo. ¿Quiere usted que le diga la verdad? Pues ni el Señor Teso rero con su Tesorería ni el Capuchino con sus barbas se pueden equiparar a un ilustre ca– ballero secular y casado que vive y conozco en la villa de Morón. ¡Qué hombre! Me confundo con sólo acordarme de él, y en su presencia me avergüenzo. ¡~ 1é humildad tan ingenua! ¡Qué interior tan sano! ¡Qué corazón tan recto! ¡Qué desprecio del mundo tan generoso! ¡Qué devoción tan constante! Sobre todo, ¡qué caridad con el prójimo, singularmente con los pobres, tan heroica! Vestido de un sayal basto, su mujer y sus hijos con moderadísima decencia, to– do el caudal vinculado y libre se gasta en los nece– sitados, en las familias y conventos pobres. Viera usted, amigo mío , a este hombre tomar los correo– nes de la silla de manos con su hijo , el primogénito, y llevar a los enfermos por las calles al hospital; lo viera usted muy frecuentemente cargarse los pobres al hombro; andar por el pueblo buscando necesida– des que socorrer; lo viera usted no pasar una calle sin que lo llamen para alguna urgencia; buscarlo en su casa, en la Igl esia y en el campo, com() asilo se– guro y universal de todo desdichado; ocuparlo y lla– marlo todo3, aun para los ministerios más bajos e in– mundos en obsequio de los pobres , en medio de las plazas y en lo más claro del día, sin que se dé caso a que no le hayan hallado pronto y a medida del de– seo. No hay necesidad a que no atienda , aflicción a que no ocurra, ni atribulado a quien no consuele. Llamado de Dios a este género de vida, se notan

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