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- 492- algunos de ellos de talento y prestigio, reducidos a la verdadera fe ; y no pocos, por último, cuya salud espiritu al parecía poco menos que desesperada , li– brados por él de la muerte eterna. Quedan aún en España, con los monumentos a la Augusta T rin idad levantados por Diego, piadosas obras , creadas en diversas partes, y son allí conoci– dísimos ~us escritos, llenos de saber y cristiana un– ción , demost rando a todos los veniderns el acrecen– tamien to que dió a la Religión , precisamente cuando las nuevas revoluciones que se levantaban armaban a la fe vigorosas acechanzas. Por eso no nos mara– villa que este varón, por tantos y tan elevados mé– ritos esclarecido, fuese lla1rado por voz común Hom· bre enviado por Dios, Apóstol de España y del siglo X VIII, y, en fin , otro Pablo; no nos maravilla que, ya Pío VI, predecesor nuestro de ilustre memo– ria, ya Carlos III, Rey de las Españas, ya tamb ién Prel ados, sabias Corporaciones y municipios le col– masen de extraordinarios privilegios y honores. Lo que sí juzgamos admirable, es que este humildísimo hijo de S. Francisco se estimase indigno de la menor alabanza , no atribuyéndose jamás a sí propio los hechos prósperos y gloriosos, · s ino a la gloria de Dios y de la ínclita O rden Capuchina. Pero como en los honores, así y más todavía brilló en medio de las calumnias y afrentas el respl andor de sus virtudes. En efecto, pronto el fortísi mo heroe a padecerlo por Cristo, tuvo sus delicias en las vejaciones, doliéndo– se únicamente en su humildad de que fuesen pena demasiado peque ña para la que sus pecados mere– cían. Conviene añadi r a esto, su andar con los ojos siempre bajos; en el comer y en el beber parco hasta la escasez; a donde quiera que fues e llamado para predicar iba a pie, conforme está en la Orden pres– crito ; usaba un sólo hábi t o, y éste viejo y hecho pe•
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